miércoles, 24 de noviembre de 2010

Componente de cariño

He podido comprobar el poderoso componente de cariño que hay en las “croquetas de mi madre” o en “la fabada de mi abuela”, etc.… Yo cuento con la suerte de ser absolutamente neutral ya que en mi casa tanto mi madre como mi abuela cocinaban de una manera mas parecida al estilo de los Borgia que al de Arguiñano.
El otro día probé un guiso “de mi abuela” (No de la mía, si hubiera sido así escribiría esto desde urgencias seguramente…) Sin entrar en detalles que puedan revelar tanto el guiso como la identidad de la orgullosa nieta o nieto, o hijo, o hija… (También el parentesco es ficticio…) diré que tras haberme sido anunciadas las excelencias de la receta en cuestión, acudí raudo a la cita gastronómica con los dientes afilados y el estomago en “prevengan”. Me senté a la mesa sin dejar de observar la cara afanosa de los comensales ante los cuales el citado guiso aparecía como el tesoro de Alí Babá.
Me pusieron un plato colmado, como un regalo de incalculable valor. Y sumiso probé.
El si que sabe…
La decepción fue instantánea. Mientras el resto de los presentes se deshacía en elogios y no paraba de preguntarme  - Que, de muerte ¿no? Yo intentaba corresponder con gestos de aprobación exquisita mientras por dentro mi estomago me recordaba que eso no era lo que le había prometido. Ni mucho menos.
La comida acabó con la satisfacción general y nos despedimos con besos, emplazándonos para una nueva pitanza cuanto antes. Al llegar a casa, mientras me preparaba un sándwich para reconciliarme con mis jugos gástricos, pensé en como el cariño reemplaza la mayoría de los sentidos. Como el olor de una cocina en la infancia, la voz de gente que ya no está, los sabores que nos recuerdan que alguna vez fuimos niños y tantos otros ingredientes de lo que llamamos recuerdos hacen que en cada bocado, olvidemos quienes somos para ser quien fuimos. Casi siempre mejores.

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